Utilizar los tránsitos de la Luna como referencia para
comprender nuestro día a día resulta importante porque nos permite familiarizarnos con la naturaleza cíclica de nuestras
emociones y nuestro cuerpo. Cuando aceptamos que somos un organismo vivo, con
piel, glándulas y células que responden
a estímulos internos y externos, logramos vivir en el aquí y el ahora de manera
plena. La energía que nos proyecta la Luna tiene que ver con nuestro ritmo
biológico y psíquico. Por eso cuando nos alineamos con ese fluir orgánico
danzamos libremente y podemos vivir de manera coherente.
La Luna siempre nos va a mostrar el camino de vuelta a casa,
nuestro centro de protección. Sin ese “hogar interior” atendido no podremos
sacar fuerzas, ni tener las defensas suficientes para relacionarnos con el
mundo externo, ni mucho menos sentirnos equilibrados, confiados y seguros.
El camino que recorre la Luna nos habla del ritmo inconsciente que tienen nuestras reacciones ante las
pequeñas cosas de la vida: lo cotidiano.
A través de las fases lunares podemos hacerle un seguimiento a nuestro ritmo
energético y entender cuándo estamos rebosantes o carentes de vitalidad.
Lo más interesante de vivir conscientemente con el ritmo
lunar es la tranquilidad que nos genera. Cuando sabemos que la Luna se
encuentra transitando por una constelación determinada y eso nos inclina a
sentirnos de cierta manera, automáticamente disminuye la tensión interior, la
duda y la autocrítica, porque podemos experimentar ciertas emociones o estados de
ánimo que nos llevan “de vuelta casa”. Es como si el hecho de experimentar esas
sensaciones nos conduce hacia un punto
de verdad interior, al cual sólo podemos acceder desde el sentir, sin
racionalizar. La Luna no sabe de “deber
ser”, ni de “lo ideal”, ella solo nos
induce a sentir.
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